Nos cruzamos con el Diablo en un camino de tierra cerca de Arizona, con más humo en el capó del que salía de su cigarro. Nunca imaginó que se cruzaría con nosotros en Arizona, sabía que nos íbamos a cruzar, pero decía que jamás pensó que iríamos a buscarlo hasta allí. Nos contó que trabajaba de sirvecopas, así llaman a los camareros en Arizona, en un bar de carretera cerca de allí, que si le llevábamos en nuestro coche nos invitaba a una copa. Dijimos que sí, por supuesto, habíamos llegado hasta Arizona por algo, y le hicimos hueco en el asiento de detrás a Él y a su cigarro (Quisimos que se sentase en el de delante, al lado del conductor pero dijo que nunca se siente cómodo en el lado derecho de los coches).
Decía que si tubiese un mapache lo llamaría Dios.
Queríamos hacerle el mayor número de preguntas posible, no encontrábamos la forma de convertir en palabras nuestra desesperada emoción, le preguntamos de todo, si de verdad la pasta de dientes de manzana llevaba manzana, si lo crujiente de los tallarines eran escarabajos, si el colorante de los pica pica estaba hecho con bichos, todo, absolutamente todo lo que nos importaba.
Sus risas en ese momento se oían a través de todas las canciones de Metallica.
Cuando llegamos al bar dijo que se había olvidado el mechero en el coche, que tendríamos que volver a por él, le dijimos que nosotros también teníamos mecheros, que tambíen sabíamos quemar locales para que se sintiera en casa, con eso se conformó por el momento, hasta que le enseñamos nuestras enclenques llamas, le faltó tiempo para tirarnos un "nenazas" encima, y cuando el Diablo te llama nenaza, lo eres.
Nos dijo que la idea de la antorcha Olímpica había sido suya desde el principio, pero que la habían tergiversado.
Nos invitó al alcohol que nos había prometido, pero nos dijo que no bebería con nosotros, que siempre necesitaba estar un poco borracho para empezar a beber.
Nos contó que ya no era tan fácil engañar como antes, que por eso necesitaba su mechero, que sin él no sabía hacer trucos de magia.
Luego, fue a servír unas copas y desapareció.
No sabríamos decir si las armas las cargaba el Diablo, pero desde luego, nuestras copas, sí.
Esa noche dormimos bien, no esque en Arizona haga mucho frío, al menos no para nosotros, dormidos con su alcohol caliente como el infierno en nuestras tripas.
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