Sobrenada y un poco sobretodo.

Quería tatuarme una carretera en las gafas de sol, pero el Señor Tatuador me dijo que no lo hiciera, que hacía tiempo un chico le pidió que le tatuara la Gran Vía en las suyas y no pasaron ni 6 minutos después de terminar el trabajo y ya le habían atropellado 5 Fords, 6 BMW, 3 Audis, 13 motos y una abuela. Aunque el Amable Tatuador me ofreció tatuarme una vía de servicio, si seguía con ganas, una no muy concurrida, para evitar percances, muertes, o multas si se me ocurría dejar las gafas en zona azul. Pero lo rechacé amablemente y salí, no me apetecía ver una simple vía de servicio cuando pasasen el trailer de mi vida.

Luego pensé en cuanta droga se habría metido el chico aquél para tatuarse la Gran Vía en las suyas, y en si seguiría allí, tirado en la avenida, atropellado por coches, motos y abuelas pasándole por encima, y tal vez un poco por debajo.
Me crucé con una chica que llevaba un paso de cebra tatuado en los zapatos, claro que eso era mucho más practico, solo tenía que quedarse quieta un rato si el semáforo se ponía en rojo.

Pero yo quería una carretera, qué cojones, quiero una carretera, de esas interminables y rectas, en medio de un desierto, donde nunca has estado pero sabes que hace calor, todo el mundo sabe que en esas carreteras hace calor, y que cada media hora hay cerca un restaurante donde hacen las mejores tortitas del país, y que las sirve una camarera vestida de azul turquesa y con un delantal blanco que siempre esconde algún secreto.

Aunque también he pensado que me acabaría aburriendo de llenarme los ojos de arena cada vez que soplase el viento, siempre podía soplarle yo a él, el problema es que no sabía donde coño tenía los ojos.



Esa tarde pensé en muchos posibles sitios donde podía tatuarme muchos posibles tatuajes, pero todos tenían inconvenientes, así que empecé a pensar en muchos posibles sitios por donde podían meterse sus muchos posibles tatuajes problemáticos los que inventaron los fallos del sistema. Y me tocó seguir andando sin gafas de sol, sin carretera, sin delantales con secretos, y sin tatuajes. Todos los días viendo el mismo camino hasta casa.

Nos van las cosas bonitas.

Da igual tu ropa, dan igual tus zapatos, la música que lleves en el mp3, el color natural de tu pelo, tu manera de caminar, lo que ponga en tu estúpida camiseta, el sitio donde te sientes en el bus, el corte de tu flequillo, los colores de tus pulseras, el ruido de tu reloj, la forma de tus auriculares, el grosor de tus calcetines, lo que pienses por las noches antes de dormir, tus manías, las horas que pases delante de la pantalla del ordenador, cuáles sean tus series preferidas, tus dependencias alimenticias, tus vicios, la cantidad de droga que escondes en tu cuarto, tus obsesiones, el tamaño de tu armario, el número de cajones de tu habitación, da igual, hay días que solo importan las ganas que tengas de ganar todo lo que legítimamente no te pertenece.


Por que al fin y al cabo, los corazones acaban en una punta afilada para gente como nosotros.

El rey de la carretera.

Nos cruzamos con el Diablo en un camino de tierra cerca de Arizona, con más humo en el capó del que salía de su cigarro. Nunca imaginó que se cruzaría con nosotros en Arizona, sabía que nos íbamos a cruzar, pero decía que jamás pensó que iríamos a buscarlo hasta allí. Nos contó que trabajaba de sirvecopas, así llaman a los camareros en Arizona, en un bar de carretera cerca de allí, que si le llevábamos en nuestro coche nos invitaba a una copa. Dijimos que sí, por supuesto, habíamos llegado hasta Arizona por algo, y le hicimos hueco en el asiento de detrás a Él y a su cigarro (Quisimos que se sentase en el de delante, al lado del conductor pero dijo que nunca se siente cómodo en el lado derecho de los coches).

Decía que si tubiese un mapache lo llamaría Dios.

Queríamos hacerle el mayor número de preguntas posible, no encontrábamos la forma de convertir en palabras nuestra desesperada emoción, le preguntamos de todo, si de verdad la pasta de dientes de manzana llevaba manzana, si lo crujiente de los tallarines eran escarabajos, si el colorante de los pica pica estaba hecho con bichos, todo, absolutamente todo lo que nos importaba.

Sus risas en ese momento se oían a través de todas las canciones de Metallica.

Cuando llegamos al bar dijo que se había olvidado el mechero en el coche, que tendríamos que volver a por él, le dijimos que nosotros también teníamos mecheros, que tambíen sabíamos quemar locales para que se sintiera en casa, con eso se conformó por el momento, hasta que le enseñamos nuestras enclenques llamas, le faltó tiempo para tirarnos un "nenazas" encima, y cuando el Diablo te llama nenaza, lo eres.

Nos dijo que la idea de la antorcha Olímpica había sido suya desde el principio, pero que la habían tergiversado.
Nos invitó al alcohol que nos había prometido, pero nos dijo que no bebería con nosotros, que siempre necesitaba estar un poco borracho para empezar a beber.
Nos contó que ya no era tan fácil engañar como antes, que por eso necesitaba su mechero, que sin él no sabía hacer trucos de magia.
Luego, fue a servír unas copas y desapareció.
No sabríamos decir si las armas las cargaba el Diablo, pero desde luego, nuestras copas, sí.

Esa noche dormimos bien, no esque en Arizona haga mucho frío, al menos no para nosotros, dormidos con su alcohol caliente como el infierno en nuestras tripas.

Crujidos

Básicamente, la cosa ha ido así;
me escapo, luego frío, calor, un buen título, que a su vez conlleva a usarlo, porque, tener un buen título y no usarlo es de maricas, eso lo sabe hasta el perro de mi vecino, sí, ése, el puto y jodido perro que me ha desvelado más de una noche de sueño inútil pero placentero. Bueno, sigamos, luego del título, vienen las limitaciones cibernéticas, unas pedazo de rameras de esas que regentan los curas cuando está a punto de ponerse a llover, las más sucias. Y he intentado limpiarlo, pero claro, no me lo iban a poner fácil, pensandolo mejor, me alegro, últimamente todo es demasiado fácil, empezaba a aburrirme.
Al final termino, lo dejo lísto y preparado para empezar a ensuciarlo, perfecto y a la vez totalmente vacío, y es en ese instante justo en el que empiezo a oír todo lo demás.